El
Mendigo del
Parque
Se
acercaba mi
cumpleaños…Quería pedir
un deseo especial al
apagar las velas de mi
tarta.
Caminaba por el parque
cercano a mi casa,
cuando vi a un mendigo
que estaba sentado en
uno de los bancos,
viendo las palomas que
revoloteaban cerca de
él, me pareció curioso
ver cómo un hombre de
aspecto abandonado
miraba esas palomas con
una sonrisa que emanaba
ternura y alegría, por
lo que decidí sentarme a
su lado…
Mi
intención era
preguntarle qué lo hacía
tan feliz…Yo me sentía
dichosa y completa, pues
estaba orgullosa de mi
vida y no me faltaba
nada.
¡Al
contrario!... Mi marido
tenía un buen trabajo,
con lo que podía
satisfacer todas las
necesidades y hasta los
caprichos.
Gracias a sus esfuerzos,
no nos faltaba nada y
podíamos tener todo lo
que deseáramos. En fin,
todo esto gracias a sus
interminables horas de
trabajo.
Me
acerqué entonces a aquel
misterioso vagabundo
sonriente y le pregunté:
“Disculpe… quisiera
preguntarle algo, si me
lo permite”.
El
hombre me miró sin decir
palabra, pero con su
sonriente rostro mudo me
decía “usted dirá…”
“¿Qué pediría usted como
deseo si hoy fuese su
cumpleaños?”
El
hombre me siguió mirando
sin alterar su sonrisa
en lo más mínimo. Aún
desde antes de acercarme
a él, yo ya imaginaba su
posible respuesta:
Dinero; lo cual me
permitiría sentirme muy
satisfecha al darle
algunas monedas y haber
hecho mi buena acción
del año…
Me di
cuenta que en ningún
momento aquel hombre
perdiera su amplia y
relajada sonrisa:
“Es curioso que me lo
pregunte. En realidad,
si pidiera algo más de
lo que ahora tengo,
sería terriblemente
egoísta. Yo ya he tenido
de todo lo que un hombre
necesita en esta vida, y
mucho más. Vivía con mis
padres y un hermano,
antes de perderlos a
todos hace ya algunos
años en un trágico
accidente.”
“Tanto mi padre como mi
madre eran personas
maravillosas que se
desvivían por darme todo
el amor que podían, aún
a pesar de nuestras
limitaciones económicas.
Cuando los perdí sufrí
mucho, no se imagina
cuánto. Pero entendí que
hay otras personas que
nunca, ni por un momento
tuvieron el privilegio
de conocer ese tipo de
amor que yo recibí de
mis padres y que yo les
daba a ellos, y entonces
me sentí agradecido con
la vida, el sufrimiento
se desvaneció casi de
inmediato, y me sentí
mucho mejor”.
“Cuando yo era muy
jovencito me enamoré
perdidamente de una niña
de mi barrio. Cuando
crecimos un poco más, un
día nos dimos un beso,
con gran ternura y
delicadeza. El amor que
nos teníamos crecía por
instantes. Un día su
familia se fue a vivir a
otra ciudad y cuando
ella se fue, mi corazón
sufrió terriblemente.
A
veces recuerdo ese
momento y pienso en
todas esas personas que
nunca han conocido ese
amor tan limpio y
exquisito, y no puedo
menos que sentirme
agradecido por haberlo
conocido, y me siento
mejor.”
“Recuerdo un día en que,
caminando por este mismo
parque, un niño que
corría tratando de
atrapar una mariposa, de
pronto se tropezó y
cayó, dándose un fuerte
golpe. El pobre niño
lloraba
desconsoladamente.
Me
acerqué para ayudarlo a
levantarse y le sequé
sus lágrimas con la
punta de mi camisa, que
ese día estaba limpia, y
jugué con él unos
instantes para
distraerlo. Fue sólo
unos minutos, pero me
sentí padre de ese niño,
y me sentí feliz porque
hay tantos hombres que,
aunque tienen hijos y no
saben lo que se siente
ser padre, y yo lo había
sentido, aunque fuera
por un instante…”
“Ha habido veces que en
invierno he sentido
frío, y por supuesto,
hambre. Entonces
recuerdo la sabrosa
comida que mi madre nos
preparaba, muy “a lo
pobre”, pero sabía tan
deliciosa, porque nos la
preparaba con todo su
cariño, y recuerdo el
calor de nuestra pequeña
casita, y entonces me
siento mejor, porque es
un privilegio tener
comida y un hogar
calientito, cuando hay
tantos que nunca lo han
tenido y tal vez nunca
lo tendrán…”
“A
veces alguna persona me
regala alguna pieza de
pan, a veces ya duro. De
todos modos, yo lo
acepto y lo agradezco, y
siempre busco a alguien
para compartirle un
pedazo, porque el placer
de compartir lo que se
tiene, con quien lo
necesita, es algo más
grande de lo que yo
pueda describir, y
créame, hay tanta gente
que, aunque tengan
muchas cosas, nunca han
conocido ese enorme
placer que da el
compartir.”
“Así que, mi querida
amiga, ¿qué más podría
pedirle yo a la vida, si
ya lo he tenido todo? Y
soy muy consciente de
ello, porque cuando me
acuerdo, hasta se me
pone la carne de
gallina, y créame que me
sucede muy seguido.
Puedo ver la vida, toda,
desde lo más simple,
como aquellas palomas
que están jugando junto
al estanque con los
patos… ¿Qué necesitan
ellas? Lo mismo que yo:
¡Nada!
Ellas y yo estamos muy
agradecidos al cielo
porque nos ha regalado
la vida y nos permite
disfrutarla, y yo sé que
muy pronto usted también
lo estará.”
Sus
palabras quedaron
resonando en el interior
de mi cabeza y yo me
quedé inmóvil, muda,
mirando al suelo sin
mirar nada, absorta en
aquellas sabias palabras
de ese gran hombre, cuya
sencillez desbordante me
había abierto los ojos.
Después de un momento
levanté mis ojos
nublados por lágrimas
que no habían alcanzado
a salir, pues necesitaba
ver nuevamente el rostro
apacible de aquel
hombre.
Para
mi sorpresa, ya no
estaba allí. Pareciera
que se hubiese esfumado.
Sólo quedaban las
palomas que seguían
picoteando en el suelo.
De
pronto me invadió un
arrepentimiento enorme
de la forma en que yo
había caminado por la
vida, sin haberla
realmente vivido…
Lo
que sí pude percibir es
que en lugar donde el
hombre estaba, había
quedado un sutil aroma
apenas perceptible, pero
que poco a poco se hacía
más evidente, como si
fuera un bouquet de
flores silvestres y
hierba fresca que no
había en esa época del
año, que me inundaba y
me llenaba de una paz
que hasta ese momento no
había conocido.
No
pude evitar pensar que
aquel hombre era un
Ángel, que, disfrazado
de mendigo, había sido
enviado “de allá arriba”
para traerme el más
preciado regalo que se
le puede dar a cualquier
ser humano:
LA
HUMILDAD
Con
cariño para tod@s mis
amig@s
Marian
Domingo 10 de Abril 2022
|