El...El que ame

 

Cansada del trabajo, espere el autobús como todas las tardes. Subí y me senté al lado de la ventana, apoyando la cabeza con la esperanza de dormirme. Durante unos minutos observe la gente subir y bajar, gente común, gente de trabajo, gente de paseo. Todos y cada uno de ellos con una vida detrás, con algún nombre desconocido para mi, con historias apasionantes o aburridas, pero historias al fin.

Y fue en la quinta o sexta parada que mi vida cambio. Le vi subir, era muy atractivo. Su pelo largo y moreno parecía tener luz propia. Su rostro y sus ojos verdes volverían loca a la más cuerda de las mujeres. Su cuerpo de formas firmes, atléticos, su manera de subir al autobús, con esa seguridad, con una sonrisa sensual. Me miro, por un instante nuestras miradas se cruzaron, y me sonrío.

Mi corazón latió más rápido que de costumbre, mis piernas temblaban. Se dirigió al asiento delante al mío y no dejaba de mirarme mientras caminaba por el autobús. Era el hombre de mi vida, el de mis sueños, el de mis fantasías. Lo sabía, lo sentía, tenía que hablarle. Estaba allí, sentado delante de mí. Solo debía decirle algo, buscar algún tema de conversación. El agotamiento no me dejaba pensar mucho, pero tenía que hacer algo.

El cansancio me invadía y tomaba más fuerza cuando le agregaba mi timidez. Pero, aun así, yo debía decirle algo. Tenía que inventar una excusa para hablarle. Siempre fui tímida, siempre tuve vergüenza y muchas veces dejé de decir lo que debía por esa timidez. Pero esta no sería la ocasión, era una guerra en mi interior. Debía vencerle al cansancio y la timidez. Así que respire hondo. Cerré los ojos y conté hasta diez.

Y cuando los abrí, le dije "hola"

Para mi sorpresa el respondió y sonrió, saque fuerzas de donde no las tenía, sorprendiéndome a mí misma. Hablamos todo el viaje. Su nombre, su trabajo, su vida. Mi nombre, mi trabajo, mi vida. Antes de bajar me dio su número de teléfono para que nos mantuviéramos en contacto. No tarde mucho en llamarle, de hecho, lo hice al otro día. Salimos, bebimos un café... hablamos. Volvimos a salir otro día, fuimos al cine... nos besamos. Volvimos a salir en otra ocasión... fuimos a cenar.

Y juntos fuimos conociendo el amor. Nos enamoramos perdidamente el uno del otro. No comprendíamos la vida sin el otro. Éramos felices, muy felices. Todo parecía maravilloso, y si alguna vez no lo fuera, bastaba con verle sonreír para olvidar aquello gris. Estuvimos unos años de novios, hasta que un día en una romántica cena me propuso matrimonio. Acepto sin dudas, sin demora alguna. Le vi emocionado, nos fundimos en un abrazo... éramos felices.

Y llego ese día, tan esperado.

El, de pie frente al altar, mirando a la puerta por donde yo debería   entrar. La iglesia, hermosa, decorada con flores y llena de amigos y familiares. Caminaba  con la mirada puesta en el y los ojos llenos de lágrimas.

Yo era tan feliz... tan feliz....Llegue hasta donde él estaba y tomo mi mano.

El padre dio su sermón y llego el momento de decir el "si" tan ansiado.

Me pregunto  si aceptaba, como si hiciera falta preguntarlo...y dije "si".

Lo miro a el y le pregunto:

"la aceptas por esposa..."

Me miro a los ojos... sonrió... y dijo "s.…ringggggg” "s...ringggggg"..Abrí los ojos de golpe...Desorientada, perdida.

"ringggggg"

Sonaba el timbre solicitando la parada del autobús.

Miré y le vi.

Bajando. Yéndose.

El autobús arranco y yo no pude hacer más que ver como se alejaba de mí. Se fue para siempre, nunca le hable...Nunca sabré su nombre, ni su trabajo, ni su vida...

Y lo peor de todo... es que el jamás sabrá cuanto le amé...

Marian V. Junio 2017